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Se apagó una de las más grandes voces de la literatura del mundo

El escritor checo Milan Kundera, candidato al Nobel de Literatura cada año y autor de narraciones oscuras y mordaces del totalitarismo y luego de la modernidad occidental, falleció a los 94 años el martes en París, informaron por separado autoridades checas y su editor francés.

Anna Mrazova, portavoz de la Biblioteca Milan Kundera en su natal Brno, informó de manera escueta que el narrador falleció tras una prolongada enfermedad. Amigos cercanos comentaron que había perdido la memoria y desde hace tiempo su salud estaba deteriorada.

El autor, nacido en 1929, de la conocida novela La insoportable levedad del ser murió al mediodía del martes 11 de julio, precisó ayer su editor, Gallimard.

En abril pasado, unos 3 mil ejemplares del acervo del novelista fueron puestos a disposición del público en una nueva biblioteca en Brno.

A los casi dos tercios de ejemplares de Kundera, se le añadieron dibujos del escritor, artículos de prensa sobre su trabajo y el original –que data del siglo XVI– de un ensayo de Montaigne, firmado por el autor, que el también dramaturgo exiliado en Francia recibió como parte de un premio.

El novelista explicó en una ocasión: Cuando uno es joven no es capaz de concebir el tiempo como un círculo, sino como un camino que te conduce a horizontes siempre nuevos: uno no se da cuenta de que la vida sólo contiene un tema.

La obra de Kundera es una exploración profunda, humana, íntima y distante a la vez, reaccionó la primera ministra francesa Elisabeth Borne. Su homólogo checo, Petr Fiala, destacó que alcanzó a generaciones de lectores en todos los continentes. A lo largo de muchas páginas nos ayudó a descubrir quiénes somos, a encontrar un camino entre lo absurdo del mundo.

La ministra de Cultura francesa, Rima Abdul Malak, sostuvo que con él muere una de las más grandes voces de la literatura europea.

Tusquets Editores, el sello en español de Kundera, lamentó el fallecimiento del lúcido pensador que reivindicó la herencia de Cervantes y Rabelais, la relevancia de la cultura centroeuropea y la lucha de la memoria contra el olvido.

Mi ambición es decir lo que los demás no dijeron. Si no se innova no es necesario escribir, dijo el narrador, que quería conciliar la novela con la filosofía y la inteligencia, hacer que el pensamiento entre en la novela.

El novelista no tiene que rendir cuentas a nadie, salvo a Cervantes, afirmaba el autor de poco más de una quincena de obras, entre novelas, teatro y ensayos. El novelista es aquel que, como decía Flaubert, aspira a desaparecer detrás de su obra, aseguró.

El texto que le dio reconocimiento mundial, La insoportable levedad del ser, comienza con el avance de los tanques soviéticos por Praga. Alterna temas de amor y exilio, política y lo íntimo. Críticos y lectores destacaron su sentido antisoviético y el erotismo en varias de sus obras.

Esa historia sobre la libertad y la pasión, individual y colectiva, en los personajes de Tomas, Teresa y Sabina, fue adaptada al cine en 1988 por el director Philip Kaufman, con Juliette Binoche y Daniel Day-Lewis.

El cuentista, dramaturgo, ensayista y poeta inició su carrera literaria en 1967 con la publicación de la novela La broma, que atrajo a intelectuales como Jean-Paul Sartre.

Ese título comienza con un joven enviado a las minas tras hacer bromas sobre lemas comunistas y fue vetada en la entonces Checoslovaquia después de la invasión soviética de Praga en 1968, cuando Kundera perdió su empleo de profesor de cine.

Un hombre retraído que evitaba la tecnología

El novelista comparte con el ruso Vladimir Nabokov el haber cambiado de lengua a la mitad de su carrera literaria. Del checo se pasó al francés tras su exilio en Francia, en 1975. Se instaló en París, donde vivió hasta el final de su vida junto con su esposa Vera.

Ella fue esencial para el narrador, un hombre retraído que evitaba la tecnología. Fue su traductora y su protección frente al mundo exterior. Fue ella quien fomentó su amistad con Philip Roth y, según un perfil de la pareja escrito en 1985, quien gestionaba las llamadas y demandas inevitables para un autor de éxito mundial.

Kundera estudió composición musical siguiendo los pasos de su padre, quien fuera pianista y rector de la Academia de Artes Escénicas de Janáček. Luego se dedicó al cine y se centró en la literatura, que también enseñó en las aulas.

En 1979 le retiraron la nacionalidad checa, que no le devolvieron hasta cuatro décadas después. La relación desde entonces con su país fue compleja. Cuando regresó la democracia a los países de Europa del Este, algunos intelectuales checos le reprochaban su escasa actividad política y no haber apoyado a los disidentes tras su exilio.

En La lentitud (1995), el novelista empezó un ciclo de cuatro novelas breves y sobrias, escritas en francés. El volumen critica la obsesión de la civilización occidental por la velocidad. Esta serie originó las primeras críticas negativas a su obra.

En su última novela, La fiesta de la insignificancia (2014), rompió un silencio de 14 años. Con esta obra regresó a la crítica de la difusión masiva y la decadencia del arte, así como a la pérdida del ser individual en la sociedad contemporánea, a través de las peripecias que cuatro amigos viven en París.

El narrador checo deja un legado de obras traducidas a más de 50 idiomas, entre éstas El libro de los amores ridículos (1968), La vida está en otra parte (1972) y La inmortalidad (1988). Fue reconocido con los premios Médicis Extranjero (1973), Austriaco de Literatura Europea (1987), Herder (2000), el Nacional de Literatura Checa (2007) y el Franz Kafka (2020), entre otros.

Kundera se negaba a aparecer en cámara, prohibió que se añadieran notas cuando se publicaron sus obras completas en 2011, año en que se convirtió en uno de los pocos escritores vivos que ingresaron en la prestigiosa colección literaria La Pléiade, de Gallimard.

En un discurso leído por uno de sus amigos en la Biblioteca Nacional francesa, en junio de 2012, señaló que el tiempo “empieza a poner en peligro los libros. Debido a esta angustia, desde hace varios años he incluido en todos mis contratos una cláusula que estipula que se deben publicar en la forma tradicional de un libro, que se los lea solamente en papel y no en una pantalla.

La gente que camina por la calle ya no tiene contacto con quienes los rodean, ni siquiera ven las casas que pasan, tienen cables colgando de las orejas. Gesticulan, no miran a nadie, nadie los mira. Me pregunto: ¿siguen leyendo libros? Es posible, pero ¿por cuánto tiempo más?

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